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ARGELIA CAUCA Y LA PAZ: SOBRE LA INDOLENCIA Y NATURALIDAD DE LA SOCIEDAD, SU ACTUACIÓN Y OPINIÓN POLÍTICA.

Por Juan Felipe Vargas Calderón.

 

 

 

Por los muertos que son tantos y tan excluidos, por ellos, su memoria y su lucha.

 

 

 

 

 

Nos enfrentamos a diario y de manera sistemática a noticias en diferentes medios que deberían causar dolor, indignación y repudio, es decir, deberíamos como sociedad actuar de manera contundente, pero lamentablemente no. La sociedad colombiana tiene como característica fundantes la fragilidad de su opinión, la facilidad para el cambio de percepción sin fundamento y esa capacidad única e intransferible de ser mordaces y viscerales con el otro, con los demás, pero haciendo la salvedad que nunca consigo mismo, porque es más fácil ver la imperfección de los otros y no la propia. Y emitir juicios valorativos sin distingo de color, credo, sexo o ideología, sin el menor atisbo de respeto y tolerancia, sin la menor precaución para documentarse, podemos y creemos que lanzar improperios no genera efectos en el conjunto de la sociedad, porque asumimos que la racionalidad es para los estudiosos y los letrados, es decir un privilegio de todos, como es el denominador en este nación, pero nunca para el campesino o para los de a pie.

 

 

 

En resumen, la sociedad Colombiana transita entre la indolencia, la naturalización de todo, -incluyendo la desigualdad y la violencia- y el fanatismo que se desprende de su ignorancia, pues todo los seres humanos razonan pero con diferentes grados de ignorancia, es decir, la ignorancia es como una venda en los ojos, todos somos capaces de discernir pero sin la distracción mediática, sin las concepciones individuales que apartan, separan y segregan, todos reflexionaríamos distinto y en pro de la construcción colectiva de nación, si nos enseñaran a pensar, si nuestra escuela no estuviese en una crisis estructural desde la atención a la primera infancia hasta la educación postgradual, porque no solo ha existido brazos oscuros que irrumpen de manera violenta los sueños, sino que existe un ataque sistemático a la educación pública de Colombia, es decir, no solo asesinan sino que privan de derechos como la educación a la población y crean el caos individual, indolente y de falta de oportunidades que nos remite solo a un accionar por subsistir, a una resistencia por lo individual, por lo propio y sin pensar en la otredad, sin embargo las características antes mencionadas y que están enquistadas en la sociedad, obedecen en si mismas a las estructuras institucionales que nos imponen, la educación por competencia, la media y básica con promoción automática para favorecer los indicadores nacionales de cobertura educativa, la superior con barreras de acceso con puntaje para ingresar a las diferentes ofertas educativas y la postgradual con unos altos costos de matrícula a diferencia de los demás países de América latina, complican cada vez más la realidad de los habitantes del país y facilitan la influencia de los medios, la cultura light, el pensamiento frágil, el consumo masivo de contenidos televisivos banales, configurando así, las percepciones confundidas y etéreas del colombiano promedio, sus opiniones pseudo técnicas o simplemente sus visiones plagadas de indiferencia y desidia y en últimas, el limitar el acceso y bajar la calidad educativa en Colombia es un proyecto que favorece a la política tradicional para el control total de las mentes y abona el terreno para la implementación de una psicología de masas, que por el contrario, todo esto se revertiría y reduciría sustancialmente con el fortalecimiento de la educación, y sus efectos liberadores, transformadores y reflexivos, esto crearía una conciencia colectiva que abogaría con firmeza la defensa de la vida y aceptaría las normas esenciales de cualquier sociedad, que no son escritas y que son obvias, pero no por su carácter de obviedad son menos importantes, sino que por el contrario, son fundamentales,  en torno a la protección y cuidado de Eros (vida) por encima de Thanatos (muerte).

 

 

 

El país a diario se levanta con una serie de noticias en torno Thanatos, la muerte y la sangre prevalecen pero no como primicia en los diferentes medios y es fácil ver cómo después de una fatalidad lo que viene es una noticia de farándula, banal y de oropel, como un típico teatro del cinismo. Dolor y diversión, muerte y placer, así nos zambullen en una dicotomía maldita y ambigua, en la indolencia y la naturalidad de la guerra que configuran nuestras famélicas opiniones y nuestros frustrados intentos de actuar y resistir. Hoy Colombia está de luto y no precisamente por la eliminación del mundial de Rusia 2018, hoy Colombia esta enlutada, tal cual como hemos vivido durante los 50 últimos años por cuenta de la “cegación” de la vida de siete personas en Argelia Cauca, pueblo olvidado por la institucionalidad pero nunca olvidada por la guerra, por el aparato militar de estado, su brazo paramilitar y la insurgencia armada con sus reductos, que los hace responsables a todos y los debería obligar a repensar en su actuar y por supuesto a unos más que a otros, puesto que ninguna forma violenta puede legitimarse y menos naturalizarse.

 

 

 

Hoy Argelia Cauca esta sola, como han estado solos los asesinados y sus familias en lo que va corrido del año, la cifra va en aumento día a día y es lo que verdaderamente importa, al igual que sus muertes que son producto de sus luchas y resistencias territoriales, factores comunes que deslegitiman las autoridades nacionales con absoluta arrogancia e invisibilidad con adjetivos viles como lo declarado por el Ministro de Guerra, el Sr. Villegas, haciendo clara alusión y sin ruborizarse a que las muertes se han producido por líos de faldas. Nada más insolente, soberbio y perverso, que implica en el fondo culpabilidad por su mediocre gestión y el proyecto sistemático que los une, porque de un tiempo para acá los eufemismos gubernamentales confunden peor al Colombiano de a pie, que vive sometido al rebusque y la subsistencia y que se aleja cada vez más de los problemas reales  de la sociedad en su conjunto.

 

 

 

Argelia, todo el Cauca y la Colombia excluida, resiste sola y naufraga en la inoperancia de un estado que ha reconfigurado su actuación en favor de los poderes económicos, ha deformado los derechos fundamentales y los ha prefabricado en torno a los mercados y los negocios, ha permitido debilitar la educación en contravía a su efecto de igualar las oportunidades de cualquier sociedad y descontando eso sí, su aporte a formar opiniones y criterios básicos para la construcción de nación, ha permitido una guerra fratricida de más de 50 años que ha cobrado la vida y tranquilidad de millones de personas y poblaciones y sigue perpetuando la inequidad en el campo y la ciudad, en el campo permitiendo el acaparamiento y usurpación de la tierra y sometiendo los campesinos y en la ciudad tugurizando, gentrificando y creando güetos que no permite la calidad de vida de los habitantes y por el contrario todas estos últimos elementos, caras de la violencia de estado, más simbólicas que directas, pero igual de aterradoras.

 

 

 

La Colombia excluida solo tiene un camino para continuar, la resistencia y la lucha colectiva del movimiento social, que ha de seguir siendo un imperativo categórico, la claridad fundamental de defensa unitaria de causas, debe ser la ruta, puesto que la colectivización de las luchas implican victorias contundentes con el reaccionario futuro gubernamental, de la Hacienda el Uberrimo y sus mercachifles. No debemos permitir más muertes de líderes y lideresas sociales y por el contrario debemos exigir al Gobierno Nacional garantías concretas para que cese el derramamiento de sangre de los sectores excluidos y marginados, El otro imperativo categórico kantiano, es decir, la matriz de resistencia deberá seguir siendo la paz, puesto que es un escenario que tiene visibilización internacional y que permitirá escalar la discusión y el arbitraje objetivo, aunque se presienta desde ya, una ola de violencia con auspicio total del gobierno central y de sus patrones finqueros de "bien".

 

 

 

Por los sueños y convicciones de nuestros líderes vilmente asesinados debemos coadyuvar en la construcción de la paz con justicia social de manera decidida, hoy más que nunca, la Colombia excluida deberá poner su voz en alto, tal cual lo hace cuando cantamos los goles de nuestros muchachos de la Selección, también víctimas de la guerra, también Colombianos. El futuro es la resistencia, concretando las garantías para la vida. 

 

 


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