Por: Gustavo Bríñez Villa
Hannah Arendt: la obligación de pensar
Hay dos libros fundamentales para comprender el siglo XX y lo que va del XXI: Eichmann en Jerusalén: un reporte sobre la banalidad del mal, y Los orígenes del totalitarismo, los dos de la filósofa judío-alemana Hannah Arendt. El primero sigue vigente para comprender el lado más pobre y banal de la condición humana, y el segundo para comprender la esencia del nazismo, del fascismo, dos caras de una misma moneda que anulan el juicio. Y es gracias al juicio que podemos ejercer la actividad de pensar.
Hannah Arendt llegó a París en 1933 huyendo del nazismo. Fue recluida en un campo de concentración, pero logró fugarse y migrar a Norteamérica en donde trabajó como profesora universitaria y periodista. En 1960 el servicio secreto de Israel arrestó en Buenos Aires al criminal de guerra nazi Otto Adolf Eichmann –jefe de logística de la deportación de judíos, disidentes, gitanos, personas en estado de discapacidad y homosexuales a los guetos y campos de exterminio, que había logrado evadirse de Alemania al fin de la Segunda Guerra Mundial- y lo trasladó a Jerusalén en donde lo enjuiciarían por crímenes contra el pueblo israelí.
El periódico New Yorker envió allí a Hannah Arendt para cubrir el proceso y como producto apareció su obra Eichman en Jerusalén: un reporte sobre la banalidad del mal. Ella cuestiona la acusación y opina que el criminal debiera haber sido encausado pero por crímenes contra la humanidad.
Por “crimen contra la humanidad”, o “crimen de lesa humanidad” se entiende, según el Estatuto de la Corte Penal Internacional aprobado en julio de 1998, distintos tipos de actos inhumanos graves cuando reúnan dos requisitos: “la comisión como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, y con conocimiento de dicho ataque.”
Una digresión sobre algo que nunca se menciona: quien por primera vez en la historia habló de “crímenes contra el género humano”, y no, para el caso, de crímenes contra los pueblos indígenas de América, fue Fray Bartolomé de Las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias de 1552. Por esto, y por mucho más, sus escritos parecen tan contemporáneos.
Volvamos a Hannah Arendt.
Arendt entrevistó varias veces a Eichmann y notó que el reo no conocía el programa del Partido Nazi, contestaba las preguntas sobre sí mismo con frases hechas, caía en contradicciones, solo repetía discursos de líderes ultraderechistas, era un individuo distante de lo real caracterizado por su incapacidad de mirar las cosas bajo la perspectiva del otro, e insistía en que durante el ejercicio de su cargo como jefe de logística de las deportaciones de prisioneros a los campos de concentración, en donde murieron más de seis millones de personas, solo se limitó a cumplir órdenes.
Fue examinado por psiquiatras y el dictamen fue este: era un hombre “normal”, no un loco, ni un pervertido, ni un sádico, ni la encarnación de una entidad diabólica. Arendt vio en él a un ser hueco pues en su cabeza solo había NADA y descubrió así una nueva forma de maldad: la incapacidad para pensar, para distinguir el bien del mal, y para salir de sí mismo y entender y poner en tela de juicio la significación de sus acciones, limitándose a ser simple instrumento en el acto de cumplir órdenes bárbaras que habría podido negarse a obedecer.
La filósofa caracterizó a esta forma de maldad como la banalidad del mal (el mal banal es absolutamente carente de profundidad). Insólito que un hombre tan vacuo hubiera sido el verdugo de más de seis millones de personas. Pero aquí se descubre algo más grave aún: los desastres humanos espantosos que la ausencia de pensamiento es capaz de ocasionar.
La tesis de Arendt suscitó reacciones, entre ellas la del letrado judío Gershom Scholem que la acusó de traición a su pueblo por referir cómo jerarcas sionistas señalaron a hebreos para ser recluidos en los campos de la muerte. Ella contestó con palabras que evidencian un pensamiento autónomo, la actitud intelectual de no tragar entero, su búsqueda del comprender, y su compromiso indeclinable con la actividad de pensar:
“Lo que a usted lo confunde es que mis argumentos y mi forma de pensar no son predecibles. O en otras palabras: que soy independiente. Y con ello quiero decir…que no pertenezco a organización alguna y siempre hablo en nombre propio; y…que de lo que se trata es de pensar por sí mismo.” (4)
Arendt menciona también a la indolencia, al egoísmo y a la falta de imaginación para explicar cómo pueden transgredir la vida y la dignidad de los otros. Y, agregamos, el no saber compartir ni defender el territorio, ni dignificar a sus gentes y su cultura, es decir la falta de identidad.
En Los orígenes del totalitarismo (1951) Arendt analiza los dos movimientos totalitarios más reveladores del siglo XX: el fascismo y el estalinismo.
El fascismo corresponde a la etapa más oscura y trágica de toda la historia de la humanidad. Se caracterizó por su carga de odio, por ser expresión de la crueldad a que puede llegar el ser humano enceguecido por su afán de dominio en lo político y en lo económico, por el ataque y desconocimiento más brutal de los Derechos Humanos, por la maldad orientada a exterminar la esencia de lo humano.
El fascismo, en síntesis, caracteriza de manera exacta a la extrema derecha. En este sentido el pensador búlgaro Jorge Dimitrov lo definió en 1935 así: “El fascismo en el poder….es…la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios, más chovinistas y más imperialistas del capital financiero.”(5) Y la filósofa política que logró interpretar, entender y comprender profundamente su esencia perversa fue Hannah Arendt.
Empecemos por decir que la autora define así a los movimientos totalitarios:
“Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y aislados. En comparación con todos los demás partidos y movimientos, su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable del miembro individual. Esta exigencia es formulada por los dirigentes de los movimientos totalitarios incluso antes de la llegada al poder.” (6)
Y en esta investigación hermenéutica concluye que el terror es la esencia de la dominación totalitaria.
En este libro Arendt analiza el procedimiento utilizado por el nazismo en los campos de concentración como elemento característico del sistema totalitario para la dominación de la sociedad, orientado a la destrucción de la personalidad jurídica, la conciencia moral y la individualidad de todos los miembros de la sociedad totalitaria. Las lógicas de dominio no se orientaron aquí a la destrucción masiva de judíos, sino a la búsqueda de procedimientos que pudieran modificar la naturaleza humana, es decir, al exterminio de la espontaneidad que caracteriza a la vida humana.
El primer paso, la destrucción de la personalidad jurídica, busca el exterminio de la voluntad individual capaz de elegir una norma o ley de conducta universal que oriente toda su acción. Es esta aceptación voluntaria la que imprime una intención moral en la acción humana. Solo luego de que el hombre ha aceptado el motivo impulsor propio de la ley moral sus acciones pueden ser consideradas como buenas o malas. Y es precisamente este ejercicio de la voluntad lo que se busca exterminar.
En este primer paso de desarticulación y exterminio de la voluntad se privó a los prisioneros judíos de participar y de sentirse pertenecientes a una comunidad nacional, se les hizo sentir como personas sobrantes o superfluas. Se les arrancó la posibilidad de organizarse en agremiaciones o de articularse en torno a una causa colectiva para exigir sus derechos.
Aquí la implantación del terror se manifiesta en la máxima del totalitarismo: “Todo es posible.” La expresión más aguda de esta máxima son los campos de concentración nazis como laboratorios para el cambio de la naturaleza humana al eliminar la voluntad, la espontaneidad, la pluralidad y la singularidad de la vida humana.
El segundo paso es descrito por Hannah Arendt como “el asesinato de lo que el hombre tiene como conciencia moral.” En este momento el prisionero judío pierde la posibilidad de hacerse capaz de asumir máximas morales. Ya no tiene la posibilidad de elegir entre el bien o el mal moral. El hombre libre, autónomo y capaz que postuló Immanuel Kant se hace superfluo. En esto consiste la destrucción de la persona moral.
El tercer paso es la destrucción de la individualidad, al punto que a los prisioneros se les identificaba solo con un número marcado en su piel. Se exterminará así totalmente la voluntad (esto explica que los prisioneros caminaran como autómatas a las cámaras de gas que acabarían con su vida), y con ello se eliminará también para el hombre toda posibilidad de acción humana y de hacer la historia, de iniciar algo nuevo a partir de sus propios recursos y de la memoria. Se ha operado así la transformación de la naturaleza humana.
La inhumanidad que caracterizó la vida en los campos de concentración implicó entonces una modificación de la naturaleza humana: el hombre se convirtió en una cosa entre las cosas. Y la persona judía al final del proceso de exterminio es solo una sombra de lo que en un momento fue: un hombre activo capaz de actuar en la esfera pública.
El hombre despojado de su humanidad no puede dar sentido o significación al mundo pues su acción y discurso se anulan, es decir, no pueden desarrollarse y favorecer el intercambio ideológico entre los hombres y la capacidad de juzgar. Para Arendt la noción de juicio es de vital importancia porque gracias al juicio podemos ejercer la actividad de pensar.
El nazi-fascismo, instrumento de la oligarquía financiera alemana en el poder, fue derrotado en 1945 pero sigue vivo en estos tiempos neoliberales de hegemonía del capitalismo financiero a nivel internacional. No es entonces puramente casual la aparición de grupos neonazis en décadas recientes, la ampliación y consolidación de las derechas extremas en varios países del mundo, la creciente y escandalosa desigualdad entre las clases sociales, el advenimiento de la era Trump en los Estados Unidos con su carga de odio, guerrerismo, racismo y xenofobia, y el triunfo del Brexit en Inglaterra, del NO en el plebiscito colombiano y de Bolsonaro en el Brasil.
El proceso de fascistización adquiere caracteres propios en cada país. En Colombia (uno de los países más desiguales del mundo) el neofascismo ha sido impuesto por el uribismo en alianza con el sector financiero, los terratenientes, los narcos y el paramilitarismo. Se caracteriza también por su rechazo a implementar los acuerdos de paz con las FARC, y por la tendencia a eliminar la división de poderes adelantando una campaña de extinción de la Corte Suprema de Justicia para concentrar todo el poder en el ejecutivo, que se ha apropiado además de la Fiscalía, la Contraloría, la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo. Se conforma así una verdadera dictadura que posa falsamente como democracia.
El neofascismo colombiano se caracteriza también por prácticamente regalar partes del territorio a las transnacionales minero-energéticas que destruyen la vida humana, los páramos, los ríos, los hábitats campesinos, la flora y la fauna, y por ser proclive a permitir prácticas nefastas para el medio ambiente como el fracking y la aspersión con glifosato.
En nuestro país las tendencias uribistas del “todo vale”, tan parecidas al “Todo es posible” del nazismo, han prohijado también la desaparición forzada de personas, el asesinato continuado y sistemático de los líderes sociales y de excombatientes de las FARC, la también sistemática y creciente ocurrencia de masacres, y la brutalidad policial contra la población civil.
Además la formación de las fuerzas armadas y de policía con base en la Doctrina de la Seguridad Nacional, doctrina anacrónica y criminal proveniente de la época de la Guerra Fría que surgió al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Esta teoría parte de la concepción de la existencia de un enfrentamiento entre el Este y el Oeste, y de que la democracia es débil para defender la seguridad nacional. Habría entonces un enemigo externo, el comunismo internacional, y otro interno, o sea, la población del propio país. No solo se juzga como terroristas a los grupos armados, sino también a los opositores civiles que se muevan en el campo ideológico, político o cultural. Todos ellos son vistos como subversivos comunistas traidores a la patria y, por tal, no son apreciados como sujetos de Derecho, sino como objeto de aplicación de los modos más atroces para tratar y eliminar al adversario.
A todo lo anterior se suma la criminalización de la protesta social, los falsos positivos y el desplazamiento de seis millones de colombianos a través del terror narcoparamilitar, además de querer anular la voluntad de los ciudadanos exigiendo la lealtad absoluta, inalterable e incondicional a un líder. Deje aquí el dedo el lector y saque sus propias conclusiones.
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Germán Eduardo Rojas Arteaga (domingo, 27 marzo 2022 15:10)
Absolutamente la verdad, ESTAMOS ante un nuevo renacer del fascismo, que solo puede ser reprimida por la Revolución de la Vida y el resurgimiento del Humanismo sobre la barbarie y la muerte. Después de siglos de miseria, muerte, corrupción,desigualdad, nuestra ÚNICA Opción es el Humanismo.